Los catequistas mostramos el amor misericordioso del Padre y del Hijo que se nos ha regalado por medio del Espíritu Santo. El/la catequista muestra el amor del Padre y del Hijo a los demás, cuando:
Ama el mundo donde vive, porque sabe que Dios sigue actuando y cuidando este mundo, descubriendo los signos de los tiempos para intentar acoger y dar una respuesta con la misma misericordia del Padre y del Hijo.
Acoge con misericordia a los papás que solicitan que sus hijos inicien o completen su iniciación cristiana. Desde el diálogo, sin prejuicios, sin reproches, poniéndose en su lugar. Comprendiendo que la gran mayoría de los padres tienen una cultura y tradición socio-religiosa muy pobre, que en muchos casos, se reduce a que sus hijos hagan la “primera comunión”, sin tener conciencia que lo más importante es que su hijo se haga cristiano.
Comprende a los niños haciéndose niño como ellos y asume la situación cultural y socio-religiosa de la gran mayoría de ellos, que viene sin haber sido despertado religiosamente, y motivados por los amigos y por los regalos que van a recibir cuando hagan su primera comunión.
Tiene presente al grupo de catequesis más allá del día que da la catequesis. Ora por ellos, se preocupa de hablar con ellos fuera de la sesión de catequesis, y hace actividades complementarias para fomentar la relación y conocimiento del grupo.
Los contenidos de la catequesis son transmitidos por contagio, evitando reducir la catequesis a una mera
enseñanza o doctrina aprendida de memoria, que nada tiene que ver con su propia vida.
Cuando el grupo de catequistas se ama y es signo del amor del Padre, de Hijo y del Espíritu Santo, en medio de la comunidad donde celebran y viven su fe.