Un grupo de nuestra parroquia ha ido a Tierra Santa .
Shalom. Domingo 26 de febrero. Primer día en Tierra Santa. Amanecemos en la orilla del lago del Galilea. El recorrido del día es la subida al Monte Tabor, la visita al primado de Pedro a orillas del Lago, la parada en Cafarnaún para entrar en la sinagoga donde Jesús predicaba y la casa de Pedro. Después de la comida, celebrar la eucaristía en el monte de las Bienaventuranzas y, la guinda, el paseo en barco por el lago de Galilea.
Llegamos al pequeño pueblo de Cafarnaún, a la misma orilla del lago donde la gente del campo bajaba, los comerciantes paraban, los pescadores dejaban las redes. Escuchaban sus enseñanzas porque hablaba con autoridad. A Jesús le llevaban los enfermos, los impedidos, se agolpaban a las puertas de la casa en la que era acogido según la costumbre.
Cierro los ojos y me imagino a la puerta de la casa a Jesús entrando. Primero pasa por un pequeño patio rectangular donde las mujeres molían el trigo y el más pequeño de la casa le ofrecía un cuenco con leche fresca. La madre tenía preparada el agua para los pies y, por último, el padre de familia le saludaba con un beso. Los humildes y los pobres escuchaban al Maestro, al hijo del carpintero. Nunca habían visto una cosa igual. ¿Quién es éste?
El domingo por la mañana nos acercamos con el grupo a la sinagoga de Cafarnaún para visitar la casa de Pedro. En ese mismo lugar, en el que se agolpaban los enfermos, el último de nuestra fila de peregrinos es Sebastián que viene con su mujer. Tiene unos 60 años, hace dos años tenía paralizado totalmente el lado izquierdo, no podía andar y hablaba con dificultad. El andar de Sebastián es lento, como el ladeo de un péndulo oxidado, y ayudado con su bastón, se cansa, se para y respira con dificultad. No puede. El grupo ya está reunido en el jardín junto a la sinagoga y escucha con atención la explicación del guía local, Camilo. Me acerco y le pregunto, “¿cómo estás?” “Sigue tú, me dice, tranquilo”. “No te preocupes, para eso he venido, toma mi brazo y no te preocupes". Le doy un poco de agua. Llega con dificultad al grupo, se sienta, respira, mira alrededor y toma conciencia donde está, cerca de la casa de Pedro donde Jesús curaba. A partir, de ese momento, siente una fuerza especial, un aliento que le empuja a caminar decidido, alegre. Agradecido, me recuerda, horas más tarde con ese brillo que un niño con zapatos nuevos. "Hace dos años no podía caminar, hablaba con dificultad, estaba derrotado. Ahora estoy aquí". Sus palabras van saliendo con esa lentitud e intensidad que me llega hasta lo más profundo de mi corazón.
Antes por la mañana, Julio, un zamorano afincado en Alhaurín de la Torre, me decía, “esta noche no he podido dormir pensando que en estos mismos paisajes lo vio y los contemplo Jesús. Me he sobresaltado varias veces y esta mañana, al ver amanecer, tengo una sensación indescriptible que me invade el alma. Estoy mirando el mismo lago que miró nuestro Señor”.
Paz y Bien
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