MENSAJE URBI ET
ORBI DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PASCUA 2015
Queridos hermanos
y hermanas
¡Feliz Pascua!
¡Jesucristo ha
resucitado!
El amor ha derrotado
al odio, la vida ha vencido a la muerte, la luz ha disipado la
oscuridad. Jesucristo, por amor a nosotros, se despojó de su gloria
divina; se vació de sí mismo, asumió la forma de siervo y se
humilló hasta la muerte, y muerte de cruz. Por esto Dios lo ha
exaltado y le ha hecho Señor del universo. Jesús es el Señor.
Con su muerte y
resurrección, Jesús muestra a todos la vía de la vida y la
felicidad: esta vía es la
humildad,
que comporta la
humillación.
Este es el camino que conduce a la gloria. Sólo quien se humilla
puede ir hacia los «bienes de allá arriba», a Dios (cf.Col 3,1-4).
El orgulloso mira «desde arriba hacia abajo», el humilde, «desde
abajo hacia arriba».
La mañana de Pascua,
Pedro y Juan, advertidos por las mujeres, corrieron al sepulcro y lo
encontraron abierto y vacío. Entonces, se acercaron y se
«inclinaron» para entrar en la tumba. Para entrar en el misterio
hay que «inclinarse», abajarse. Sólo quien se abaja comprende la
glorificación de Jesús y puede seguirlo en su camino.
El mundo propone
imponerse a toda costa, competir, hacerse valer... Pero los
cristianos, por la gracia de Cristo muerto y resucitado, son
los brotes de otra humanidad,
en la cual tratamos de vivir al servicio de los demás, de no ser
altivos, sino disponibles y respetuosos.
Esto no
es debilidad, sino auténtica fuerza.
Quién lleva en sí el poder de Dios, de su amor y su justicia, no
necesita usar violencia, sino que habla y actúa con la fuerza de la
verdad, de la belleza y del amor.
Imploremos hoy al
Señor resucitado la gracia de no ceder al orgullo que fomenta la
violencia y las guerras, sino que tengamos el valor humilde del
perdón y de la paz. Pedimos a Jesús victorioso que alivie el
sufrimiento de tantos hermanos nuestros perseguidos a causa de su
nombre, así como de todos los que padecen injustamente las
consecuencias de los conflictos y las violencias que se están
produciendo, y que son tantas.
Roguemos ante todo
por la amada Siria e Irak, para que cese el fragor de las armas y se
restablezca una buena convivencia entre los diferentes grupos que
conforman estos amados países. Que la comunidad internacional no
permanezca inerte ante la inmensa tragedia humanitaria dentro de
estos países y el drama de tantos refugiados.
Imploremos la paz
para todos los habitantes de Tierra Santa. Que crezca entre israelíes
y palestinos la cultura del encuentro y se reanude el proceso de paz,
para poner fin a años de sufrimientos y divisiones.
Pidamos la paz para
Libia, para que se acabe con el absurdo derramamiento de sangre por
el que está pasando, así como toda bárbara violencia, y para que
cuantos se preocupan por el destino del país se esfuercen en
favorecer la reconciliación y edificar una sociedad fraterna que
respete la dignidad de la persona. Y esperemos que también en Yemen
prevalezca una voluntad común de pacificación, por el bien de toda
la población.
Al mismo tiempo,
encomendemos con esperanza al Señor, que es tan misericordioso, el
acuerdo alcanzado en estos días en Lausana, para que sea un paso
definitivo hacia un mundo más seguro y fraterno.
Supliquemos al Señor
resucitado el don de la paz en Nigeria, Sudán del Sur y diversas
regiones del Sudán y de la República Democrática del Congo. Que
todas las personas de buena voluntad eleven una oración incesante
por aquellos que perdieron su vida asesinados el pasado jueves en la
Universidad de Garissa, en Kenia, por los que han sido secuestrados,
los que han tenido que abandonar sus hogares y sus seres queridos.
Que la resurrección
del Señor haga llegar la luz a la amada Ucrania, especialmente a los
que han sufrido la violencia del conflicto de los últimos meses. Que
el país reencuentre la paz y la esperanza gracias al compromiso de
todas las partes implicadas.
Pidamos paz y
libertad para tantos hombres y mujeres sometidos a nuevas y antiguas
formas de esclavitud por parte de personas y organizaciones
criminales. Paz y libertad para las víctimas de los traficantes de
droga, muchas veces aliados con los poderes que deberían defender la
paz y la armonía en la familia humana. E imploremos la paz para este
mundo sometido a los traficantes de armas, que se enriquecen con la
sangre de hombres y mujeres.
Y que a los
marginados, los presos, los pobres y los emigrantes, tan a menudo
rechazados, maltratados y desechados; a los enfermos y los que
sufren; a los niños, especialmente aquellos sometidos a la
violencia; a cuantos hoy están de luto; y a todos los hombres y
mujeres de buena voluntad, llegue la voz consoladora y curativa del
Señor Jesús: «Paz a vosotros» (Lc 24,36).
«No temáis, he resucitado y siempre estaré con vosotros»
(cf. Misal
Romano,
Antífona de entrada del día de Pascua).
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